Para añorarte Buenos aires, no hace falta dormir sobre tu otoño, entre los perfumes de tus flores.
Para extrañarte Buenos aires, no tiene uno que pisar la piedra fría, el invierno de tus calles, de tus parques.
Ni para desearte hay que haber llorado sobre un hombro gaucho ni haberse perdido entre las faldas de tus mujeres.
Para soñarte y escribirte, no tuve que recorrer admirado el recinto de tus muertos, ni haberme inspirado recostado en el blanco mármol de sus últimos y estéticos enseres.
Para amarte Buenos aires solo tuve que soñarte deslizando por el diapasón marrón, oírte escurriendo por las cuerdas de ese piano y aspirar del polvo añejo y acongojante de su viejo bandoneón…
Para amar a Buenos aires solo me hizo falta morirme arropado por la arena de esa garganta ronca, por la melodía de su tango; de mi tango tan ajeno, tan hermoso!...