Creo que en un principio fue la lógica quien me dio la confianza en la palabra, ya sumida en su esperanza me vi crecer, tambalear y caer en un fangoso sin sentido de donde apenas vislumbro salidas fugaces y que no me alcanzan nunca a traer la libertad.
En medio de ese fango y para no dejar morir las esperanzas invoco cada que puedo, palabra por palabra, todos los infantiles sueños y las quizá no tan vanas ilusiones que, o bien viene del mundo o la fantasía como espíritu vivo hace arder la palabra justificando en ella mi existencia y, para mi cansada alma quizá más importante, dándole permanencia a todo aquello que en el mundo aparece tan dolorosamente fugaz.
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