Maldición de la palabra corta, de la lengua torpe y yo os extraño y no alcanzo a cortarte la piel y destilarla en ajenjo. Si me desgarraran de una vez más que la piel el tiempo y cada segundo se desangrara fuera de mí y regara las santas plantas... Sí. Más valdrá el rojo carmín de la rosa, la grana y el clavel que las injurias, errantes de miseria, entre mis pasos.
Allí en lo alto, ángel que esperas, que velas, trae en buena hora la noche eterna a mis parpados, el silencio a mis labios y libra a mis queridos de mi lacerante abrazo.
Calle abajo, arrabal de blancos, legado del caído y seductor, de bello rostro y blancas manos, de poemas dulces y sangre embriagante, callé abajo, se van rodando, pero nada de lamentos: sabrás que son segundos que son respiro y son tuyos y tú, tú que eres tiempo y olvidas ve a cincelar la lápida y tal vez, al final, dejes un mejor recuerdo.
Que no sean mentiras, que sea un canto ajeno a la miseria del mundo, testimonio eterno de la divinidad que ya no bebo.
0 comentarios:
Publicar un comentario