La noche que anunciaron los arpistas clandestinos se alejó de las esperanzas y nuestro bosque quedo huérfano y sus sueños marchitos.
Las historias que germinaban de mi austero armisticio, para calmar tus penas y elevar mi espíritu se apagaron mudas, frugales entre el abandono y el olvido.
Cada ilusión y cada romanza ya fueron ignoradas en pro de tu placidez y abolengo. Cada pasión ha sido cruelmente ahogada entre el tiempo y el desespero.
Los cervatillos yacen cojos y no saltan por la nieve, los lobos se enferman, las flores se marchitan y ya no crecen y endúlcensen, el aire se estanca y se vuelve parco su murmullo; las estrellas al valle no bajan, se guardan juiciosas su luz y su arrullo.
Si el hada se olvida y se marcha sonriendo, el cuentero puede morir tranquilo entre mordazas y mentiras o nuevos anhelos.
El hada se ha reencontrado con su valle viejo, entonces ya mas no necesita de aquellos lamentos hirientes de viento nuevo; ni el invierno, ni las hojas cayendo, ni los primaverales aromas ardiendo; irán a estorbar a su maldito infierno veraniego.
Allí tú te regodeas entre esa gloria de nuevos y viejos sueños, desde acá mi llanto no se oye y sonrío con el abrigo de los armiños y en mi bosque perpetuo, viéndote sosegada en susurros y ajenos cuentos.
En la campiña y el cabaré, el ermitaño y el bohemio, encontrarán abrigo de aquél agudo y subterfugo desconsuelo y podrán mantenerse respirando tranquilos y bebiendo un poco de ajenjo, porque te saben sonriente en manos del opio en la firmeza de su suelo.
1 comentarios:
Que bueno, realmente...me quito el sombrero.
Publicar un comentario