¨porque el mundo ya no importa si uno no tiene fuerzas para seguir eligiendo algo verdadero¨ La Maga.

martes, 11 de enero de 2011

Iseo, Hija de la luna.

Hubo una vez una villa alejada de todo, exiliada del mundo no a razón de vicio sino de virtud, donde fue concebida una niña en una noche oscura, en una sombra infinita, entre lagrimas de amor. Las estrellas brillaban por doquier refulgiendo sobre el negro de la noche, pero la luna estaba sola, se sentía y no encontraba entre todas las estrellas un brillo como el que añoraba encontrar para calmar su soledad. Así bajó a tierra, se posó sobre una montaña y la noche se detubo porque esta, huérfana, no supo que hacer ni como avanzar.

La luna, con la piel puramente albina y los ojos como se tiñe la noche, que sobre el negro se destilan azules, purpuras y carmines rabiosos, con los labios finísimos y los pies temblorosos comenzó a descender la colina, sublime pero temerosa... La luna no camina...

El descenso, fácil para pies entrenados, entre suaves gramas que se inclinaban para acariciarle los tobillos y flores que de semilla pasaban a petalos abiertos con solo sentirla cerca, le resultaba complicado. Paseaba lento y hermoso, pero le temblaban los pies... la luna no solía caminar.

Mientras sus pies se arrastraban temerosos colina abajo, en la villa, algún que otro juglar aun despierto y quienes los escuchaban, corrían a tientas tropezando aquí y allá, buscando antorcha o candil para luchar con la completa oscuridad. Uno entre ellos, un mozo triste que no tenía inquietud por la negrura de la noche, se levantó de su asiento- nadie lo escuchaba esa noche porque él no sabia que cantar- y sintiendo como se le apenaba el alma por dentro, notó que el corazón le sangraba y tanto dolor le teñía la sangre de otra tintura. De sangre azul se le inundaron los pulmones y cayendo de rodillas, mirando hacia la colina sin ninguna razón para justificarse, comenzó a cantar el pesar de la noche en los bosques, de las sombras entre las ramas, del lobo y el ruiseñor sin musa para contemplar, de los ríos sin brillo y del mar muerto sin compañera para danzar.

La luna, a penas y a cuarto de camino colina abajo, escuchó la voz que un silfo, cabalgando en el viento, le vino a traer; la voz de ese joven y triste mozo le hizo brillar el corazón y recordó como se danzaba en los cielos oscuros de la noche. Y eterea comenzó a bailar, paso a paso, giro a giro y salto a salto, pronto vio toda la colina ya atras. Llegó a la villa y asistio el cése del alboroto, los hombres que antes se tropezaban a cada paso se clavaban al suelo por el asombro y el temor precensiando maravillados como el más hermoso par de ojos que hubieran visto nunca bailaban como fuegos fatuos entre las sombras. La luz de sus ojos y el tintineo suave de sus pies cuando rozaba el suelo se convirtieron en el unico desafio a la oscuridad y, junto con la canción del joven mozo, al silencio.

A esa voz llegó la luna poniendo sus ojos a la altura de los de él. y le alumbró la mirada y él la pudo ver, y ya no pudo lamentar más en su canto por los demás, porque en ese momento tuvo lo que todos lloraban perdido y la luna se preñó de la belleza de su tristeza y su canción y la guardó en su pecho. El joven mozo perdió la voz y la vida se le escapó amandola, todo el brillo de sus ojos se derramó en lagrimas sangrientas teñidas de azul y la luna lo tomó entre sus brazos y lo arrulló.

Durante siete noches la luna lloró su perdida, porque en su canto había encontrado aquello que le faltaba y en sus ojos estaba el brillo que las estrellas no podiían darle, Así que imploró al padre de los cielos que le revelara como recuperar su amor y calmar su pena. Los silfos que se negaban a sentir no pudieron esta vez ignorar un dolor tan hondo y lloraron amargamente lamentando a cada suspiro por la perdida de la luna y volarón todos apresurados dejando sin música a la tierra entera por el afán de hacer llegar el llanto de la luna hasta el padre de los cielos. Solo uno no la abndonó desesperado como los demás, uno que no pudo desprenderce de la luna y que se quedó para dar vida a sus lamentos en la tierra.

A la sexta noche de los lamentos de la luna los silfos llegarón a la morada del padre celestial, en la ultima boveda del oscuro cielo y todos, al tiempo, cantaron la pena de la luna y el padre lloró junto con todos sus ángeles conmovidos por la belleza y el dolor Asi el pádre mandó al más joven y hermoso de sus angeles a que se lanzara a la tierra y le indicó la forma en que la luna no sintiera más dolor.

El angel calló y buscó la luna. Al encontrarla le hizo saber que la vida de su amado la había llevado toda a su propio corazón y que así estaba en ella toda contenida. Debía conjurar una nueva vida con todo esto que guardaba para calmar su dolor pero, advirtió el ángel, el padre celestial solo le otorgaría aquel don de ser madre si aceptaba su destino como astro y volvía a alumbrar la noche junto a todas las estrellas.

La luna aceptó y así hizo. Con la sangre que su amado había derramado en la negra tierra conjuró nueva vida dando forma con cantos a una niña que llevaría en su belleza la esencia de aquel amor que por ese joven había sentido, y para alumbrar sus ojos les inculcó el recuerdo de su imagen haciéndolos brillar con una profundidad y belleza tan sublime y triste que ningún hombre podría nunca decifrar. La luna perdió su voz habiendola entregado toda en aquel ritual y asi no pudo conjurar vida nunca más. Teniendo que partir le entregó su hija a los silfos y le pidió a los lobos y a los ruiseñores que no dejaran de cantar en su nombre y subió a los cielos y la larga noche pasó y la luna supo llorar en silencio viendo como se llevaban los silfos a su hija lejos, a los adentros del bosque.

( primer borrador. )

1 comentarios:

Ximena Soto Osorio dijo...

No encuentro una palabra precisa para dar un adjetivo a tal historia.
Sinceramente, creo que "sublime" es la que más se acerca.
Me encanta.

Un-aleatory noises

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